sábado, 14 de noviembre de 2009

Trabajo sobre el Absolutismo Francés

Resumen referido al “Absolutismo francés durante los siglos XVI y XVIII”:

El absolutismo francés se origina en el siglo XVI como respuesta a la teoría de que el poder político pertenece al pueblo y de que éste puede ejercer resistencia al rey en cuanto a obediencia, desarrollándose con posterioridad a estos intentos de limitación del poder regio. Este movimiento abarcó también a gran parte de las monarquías europeas de la época, como la de España e Inglaterra, aunque tuvo efectos y resultados disímiles en ellas, ya que hubo fuerzas favorables a su establecimiento y otras que lo resistieron.

Se crea en Francia como una revisión y reedición de la creencia antigua en el carácter divino de la autoridad civil, que llevó al establecimiento del derecho divino de los reyes como una forma de defensa del orden y estabilidad política de los mismos frente al peligro implícito de la guerra civil y religiosa entre protestantes y católicos. La guerra continuaba, y no parecía haber posibilidades de que ninguna de las partes lograra vencer al contrincante de forma contundente, pudiendo tener graves consecuencias para el gobierno y la cultura franceses.

De esta forma, el único camino practicable, aparentemente, era exaltar al monarca como jefe de la nación y objeto de la lealtad de todos los hombres, tanto católicos como protestantes. Esto aumentó enormemente el poder real de la corona francesa, llegando, a fines del siglo XVI, a ser ésta más poderosa aún que antes de empezado el conflicto y a desembocar en el último período del camino hacia la centralización en la monarquía absoluta de Luis XIV, quien fortaleció la figura pública del rey y consolidó el absolutismo en Francia, llegando incluso a serle atribuida la frase: “El Estado soy yo”.

Como parte fundamental del absolutismo monárquico está la teoría del derecho divino de los reyes, que implicaba que, a menos que ocurriera algún hecho de fuerza mayor, el deber de sumisión de un súbdito al rey era absoluto, y que esto se debía a que el rey ejercía la soberanía por mandato de Dios, única fuente del poder legítimo. Sin embargo, esto le imponía al rey una responsabilidad o deber general por el cual debía respetar las leyes del país, de Dios y de la naturaleza. Mas esta obligación era únicamente con Dios y por tanto, su gestión podía ser juzgada sólo por Él, y no por sus súbditos, ya sea dentro o fuera del marco legal. Justamente, la palabra absoluto deriva de absuelto.

Dentro de las funciones que debió cumplir una monarquía absoluta, que suponía el ejercicio de la autoridad indiscutible del rey, se cuentan establecer las leyes del reino, dirigir la economía, disponer los impuestos, otorgar títulos de nobleza, reclutar y dirigir ejércitos, declarar la guerra o la paz, y, en definitiva, decidir sobre la marcha de la nación y los asuntos de Estado. Es decir, el absolutismo significó la concentración de todas las funciones en el monarca reinante que, sin embargo, fue ayudado en el cumplimiento de las mismas por un aparato burocrático de funcionarios e instituciones formadas principalmente por nobles, sobre quienes debió afirmar su poder político.

En cuanto a su funcionamiento práctico, debemos referirnos a dos circunstancias que se dieron durante su ejercicio: la creación de la nobleza de toga y la situación conocida como minoridad real. La primera se dio como consecuencia de las necesidades financieras de los reyes, que “vendían” cargos públicos a burgueses adinerados a cambio de adelantos de impuestos, que llevó a la división de la nobleza en la nobleza de toga y la nobleza de espada (viejas familias descendientes de nobles). La segunda ocurría cuando un rey moría y, al ser su sucesor aún niño, debía designarse a alguien para que tomase las decisiones en su nombre, que era un noble llamado regente.
Como mayor exponente del absolutismo francés se puede mencionar a Luis XIV. Dedicaba gran parte del día a gobernar, concentrándose en todos los aspectos de su reinado y supervisando personalmente a sus más cercanos ministros, y controlando a la nobleza que, a partir de su incorporación a la corte, fue obligada a vivir en el Palacio de Versalles. Debió resolver las tensiones de la Fronda, conflicto originado por una caída de los precios agrícolas, una serie de malas cosechas que llevó a hambrunas, los altos impuestos de la Corona y las peleas internas entre la nobleza (tanto la de toga como la de espada) y el gobierno, que fueron sometidas por la Corona con la fuerza del ejército.

Jean Bodin, contemporáneo a las guerras civiles religiosas en Francia, y que fue un destacado intelectual en cuanto a filosofía, política, derecho y economía, creía en un absolutismo llevado a una centralización aún más fuerte, ya que, según él, el poder del rey es perpetuo, no delegado y libre de límites o condiciones. Es decir, el rey no está sometido a las leyes porque es la fuente del derecho y no puede ser hecho legalmente responsable ante sus súbditos ni obligarse a sí mismo o a sus sucesores. Sin embargo, no dudaba en decir que el soberano era responsable ante Dios y estaba sometido a la ley natural, más allá de su impunidad terrena.


Bibliografía:
- George Sabine, Historia de la teoría política (selección de párrafos), traducción de Vicente Herrero, México, F.C.E., 1989.
- Bárbara Raiter y otros, Una historia para pensar. Moderna y contemporánea, Buenos Aires, Kapelusz-Norma, 2008, págs. 122-123 y 126-127.